Aunque en principio iba a ser una estancia acompañada, circunstancias inesperadas hicieron que viajara sola a Toro. Pasé tres días con sus respectivas noches mejor de lo me había imaginado. El palacio es un remanso de paz. Nada más cruzar el fabuloso umbral de su bello portón de madera, uno retrocede siglos atrás y se olvida de las prisas, del estrés y de las vicisitudes del día a día que nos enredan a la mayoría. Habitaciones amplias, con suelo de madera y ventanales hermosos. Las camas son grandes y los colchones increíbles. Situado a un tiro de piedra de la Torre del Reloj, de la Colegiata de Sta. Mª, del Alcázar, de la Plaza Mayor, de la Plaza de Toros, del Monasterio Sancti Spiritus, de la Iglesia de San Salvador etc.... y, al mismo tiempo, está también lo suficientemente apartado como para poder descansar del mundanal ruido. Fácil para aparcar. Perfecto para salir a caminar hacia la ribera del río Duero y sorprenderse de la belleza del puente de Piedra al cruzarlo, así como de los diferentes senderos que lo rodean. Mercedes y Ana, aparte de ser unas profesionales de primera a las que nunca les falta la sonrisa y las ganas de ayudarte, hacen que te sientas como en casa. El desayuno es muy completo. No le falta de nada. Hay una cafetería con restaurante en el mismo patio del palacio, aunque independiente del hotel. Patio lleno de árboles que le dan frescor y elegancia a partes iguales. Me quedé con ganas de visitar su bodega subterránea... ¡Volveré!
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